10 de marzo de 2010

El Aguila (by J()¢hØ)

El viento soplaba implacable haciendo el amor con las montañas del árido paisaje que se extendía alrededor. Imponente, una de ellas se destacaba por su altura. Era la montaña reina, con su espléndida corona de nubes blancas. Más arriba, en la cima se hallaba el águila, con su aspecto inalienable, su ímpetu de dueña del tiempo y su dominante presencia.
El águila había sido elegida por los dioses para ser quien juzgara al mundo, para permanecer en la cima hasta el final e informar más tarde, cuando ya el tiempo no fuera tal, sobre los errores que debían corregirse en la segunda creación. Mirar sin intervenir era algo que le costaba cumplir, pero aunque quisiera no podría liberarse de su condena, puesto que no tenía un nombre para sí misma. En esto, los dioses habían sido muy astutos. Sin un nombre, sin una identidad, uno está obligado a observar al mundo desde afuera. No se es parte del todo, sino algo más allá.
En su existencia, el águila había visto una variedad inimaginable de hechos y fenómenos que por momentos parecían quitarle sus aires de ser inmutable. Vio montañas nacer y levantarse junto a la reina, vio algunas de ellas explotar orgásmicamente y crear con su lava vital nuevas formaciones. Vio al viento en sus diferentes estados de ánimo, a veces seductor, otras veces furioso por la indiferencia que le prestaba el paisaje. La lluvia siempre intentando imponer sus artes, esculpiendo la tierra a su gusto y preferencia. Vio la llegada de las aguas que anunciaban un nuevo mundo lleno de vida.
En una ocasión, el águila se maravilló al ver algo pequeño y verdoso que crecía de la tierra. Había conocido al primer brote de vida. De repente, en las aguas muchos seres extraños llegaron, de formas y colores infinitos, seres que necesitaban algo más que la simple existencia. Pronto, algunos se aventuraron fuera del agua y en muy poco tiempo la tierra estaba plagada de seres de todo tipo. Era la profecía de las aguas. La vida se había desplegado en su totalidad.
Pero un ser en especial llamó su atención como ningún otro. Parecía querer dominar todo lo que encontrase y se creía dueño de todo lo que se cruzara en su camino. El águila tenía un extraño presentimiento, que no tardó en confirmar. Los hombres, como los llamaba, seguían avanzando y pronto querrían dominarla a ella y por consiguiente al tiempo.
Creyó por unos instantes que su existencia corría peligro, que todo se había acabado. Pensó que quizás no habría siquiera una segunda creación. Pero pronto una enfermedad atacó a éstos seres. En su carrera por poseer todo lo que existiese, los hombres comenzaron a intentar dominarse los unos a los otros. Entonces comenzaron a luchar entre sí y la destrucción se sembró por doquier. Ésta rara afección, el odio, no había existido antes del hombre, y parecía haberse vuelto incontrolable.
El águila notó que desde que ésto ocurría, el tiempo corría más rápido. El final de toda la creación se acercaba vertiginosamente, pero ella no podía hacer nada para impedirlo. No sin un nombre, no sin una identidad. Pero era evidente que debía hacer algo, tenía esperanzas de poder salvar y corregir aquel mundo.
Le pidió a los dioses que le dieran un nombre, que la liberaran y de esa manera intentaría encontrar la forma de salvar lo que quedaba. Si no lo lograba se fundiría con el espacio en el momento del fin. Viendo que sus intenciones eran buenas y que además ya habían visto suficiente, los dioses la bautizaron.
Rápidamente, el águila voló hacia las aldeas, se acercó a las personas, se interpuso entre ellas. Batiendo sus alas, contagiaba su esperanza por donde pasaba. Llevaba un mensaje diferente, una brisa que refrescaba las peores realidades. De a poco, los hombres comenzaron a recuperarse, los síntomas de ésta plaga destructora parecían menguar y en poco tiempo los dioses comprobaron que la existencia se había vuelto mucho más equilibrada.
El águila estaba exhausta, se dejó caer en la orilla de un lago, muy cerca de un bosque. La luz del atardecer la transformaba en una triste y bella estatua de ambar. Sabía que había salvado al mundo y que su propio fin había llegado, pero no le importaba. Entendía que ella había sido la medicina que el mundo necesitaba y que probablemente siempre había sido aquel su verdadero destino. Si las aves pudieran sonreír, el águila lo habría hecho en ese momento. Cerró sus ojos y se dejó llevar por el cansancio, hasta que el flujo del tiempo se la llevó con él.

(by J()¢hØ)

"Porque la tortuga tiene los pies seguros, ¿es ésta una razón para cortar las alas al águila ?"

1 comentario:

Georgia SinClaire dijo...

*

Las águilas son mis favoritas.
Y este post, por lejos, describe como nunce leí a un águila, con todas sus letras.

Me gustó, qué tanto.

saludos.