9 de diciembre de 2006

Lucía y el Mar (by J()§hØ)

El sol habría molestado desde la mañana los rostros contraídos. Pero no había nadie más que Lucía, nadie para verla derrumbándose a cada segundo. Sentada, temblorosa, con la cara entre sus rodillas, Lucía lloraba el desamor de lo imposible. Intentaba recordar quién era, de dónde provenía. Nada más que el dolor venía a su mente, azotando sus pensamientos. Le era imposible pensar en nada más por más de dos segundos. Se preguntaba en qué momento el dolor se había vuelto una monótona rutina, la savia que la mantenía respirando. ¿Habría vida más allá de los granos de arena que lastimaban sus ojos?
El mar ya no le hablaba, sólo emitía los mismos sonidos ininteligibles de siempre, ya no había sentimiento ni significado en ellos. Sabía perfectamente que la indiferencia era una daga mortal, pero no le importaba. Estaba dispuesto a mostrarle lo bien que podía continuar su vida sin ella, y lo fácil que le sería volver a tenerla entre sus garras. Hacerla sentir culpable se había convertido para él en el mayor de los placeres. Las gaviotas eran sus cómplices, sobreactuando cada movimiento, cada risotada, humillando sin respeto a la pobre doncella de la arena. No amaba a nadie más que a sí mismo, y no le importaba destrozar todo lo que estuviese a su paso para lograr sentirse más poderoso.
Las palmeras a los costados de Lucía se encorvaban de una forma que parecían estar alejándose de ella. El viento la molestaba. La arena lastimaba su piel enferma. La vida se hacía insoportable. Su mente giraba y se retorcía, agonizaba lo último de razón que podía existir en ella. Hacía ya mucho tiempo que la dignidad había empacado sus cosas y se había ido más allá del mar. Lucía apenas recordaba su propio nombre, nada quedaba ya de su pasado, ningún recuerdo de su propia existencia. Ahora era algo más, una mezcla de ser y dolor, dolor y ser. No recordaba que existiese algo más, lo único que esperaba era el momento en que el mar la engañara, en el que la hiciera creer nuevamente que la amaba, en el que la “perdonara” por cosas que apenas recordaba haber hecho.
Ella guardaba un terrible secreto en lo más profundo de sí misma. Pero era imposible recordarlo cuando el agua del mar brotaba continuamente de sus ojos. Por momentos creía tener una certeza, y luego se sentía culpable de haberlo pensado siquiera. Pero lo sabía. Sabía la manera de actuar del mar, pero tenía la falsa certeza de que dejaría de respirar si la marea bajaba demasiado. Le dolía no poder ser agua, una gota más, una gaviota. Necesitaba ser parte del mar otra vez, no soportaba más seguir siendo ajena al sonido indiferente de las olas.
Llegó el momento de no poder soportarse a sí misma un segundo más, ya no soportaba los latigazos del sol espectador. Las palmeras habían desaparecido y las gaviotas se reían de ella. El mar seguía torturándola, ésta vez más duro que nunca, un poco aburrido ya de su viejo divertimento. Lucía simplemente no pudo seguir sosteniéndose.
Desesperadamente intentó ponerse de pie, como si en ello le fuera la vida. Hundida en su propia arena, se impulsaba temerosa. A pesar de haber pasado el día sentada, sus piernas se sentían más cansadas que nunca, como si hubiesen tenido que soportar un terrible peso. Corrió, se tropezó, desafió al viento y la arena. Se fundió con el mar, a la fuerza. Sintió aliviada cómo purificaba su piel, como refrescaba sus poros deshidratados. Pasó instantáneamente a sentirse verdaderamente feliz, a formarse una imagen de quién creía ser. El mar se reía en su inmensidad devorándola un poco más, diluyendo las esperanzas de Lucía de salir viva de su trampa. Las gaviotas, hipócritas, camuflaban sus plumas, cambiaban sus colores por otros más cálidos.
El aire se fue, y Lucía llenó feliz sus pulmones con el agua salada que devoraba sus entrañas. Continuó hundiéndose, más y más en su falsa felicidad. Deseaba que ese instante durase por siempre. Poco a poco, su vista se fue nublando, pero aún así consiguió distinguir unas figuras oscuras que yacían ocultas en lo más profundo. Horrorizada, vio el suelo alfombrado con cadáveres, cientos de personas devoradas por el mar, cientos de almas desperdiciadas que habían caído en la trampa al igual que ella. Y entonces recordó quién era y también comprendió que ya era demasiado tarde. Un segundo más tarde, la luz desapareció.

(by J()§hØ)

"El miedo a sufrir es peor que el propio sufrimiento."

4 de diciembre de 2006

Sinceridad


Puedo escribir las boludeces más irrelevantes ésta noche.

Y, sí... ¿qué esperabas?
"En un beso, sabrás todo lo que he callado."