Situación: J()§hØ sale a comprarse un sweater (a mí nomás se me ocurre comprarme uno en pleno verano... ¿Seré re heavy y re jodido?).
Lugar: Una tienda del centro a la que no pienso volver.
Entro al cambiador a probarme el susodicho producto y mientras procedo a hacerlo, mis oídos captan la siguiente conversación que se llevaba a cabo con total impunidad:
Dueño del comercio: (algo que no llegué a entender) ...como Secreto en la Montaña... jeje... anoche ví esa película.
Empleada 1: ¿Cuál?
Dueño del comercio: Secreto en la Montaña
Empleada 1: ...ah...
Empleada 2: ¿Cuál es?
Empleada 1: La de los trolos.
Dueño del comercio: Sí... ¡Je! ¡Dejáte de joder! ¡Una cosa es saberlo y otra es verlo! ¡No podés!
Empleada 1: Che, pero yo no entendí el final, porque el otro se muere...
Dueño del Comercio: (interrumpiéndola) ... sí, porque el otro no aguantaba verlo al otro cada dos meses, porque uno era más trolo que el otro y el otro era casado... y después la mujer lo ve besando al tipo.
Empleada 2: ¡Qué bárbaro!
Dueño del comercio: ¡No podés pasar esas cosas!
Empleada 1: Yo no sé, mirá...
Salgo del probador pensando en agarrar a Empleada 1 aparte y decirle “decile a tu jefe que acaba de perder un cliente por toda la sarta de pelotudeces que estaba diciendo”... pero no lo hice. Le tiré el sweater de mala gana, diciéndole “no me gusta, es muy finito... pero gracias igual, chau”.
Me arrepiento mucho de no habérselo dicho.
”El ignorar su propia ignorancia es la maldición del ignorante.”